El 21
de octubre de 1854, Florence Nightingale, considerada la madre de la enfermería
moderna, y un equipo de treinta y ocho enfermeras voluntarias a las que había
entrenado personalmente, partieron hacia el imperio otomano. Salieron desde
Londres, fueron transportadas unos 546 km a través del mar Negro desde
Balaklava, en Crimea, hasta la principal base de operaciones británica en el
cuartel de Scutari (Estambul), a la que arribaron en los primeros días de noviembre
de 1854.
Capítulo 1
El hospital de
las Barracas
Mediados de noviembre de 1854, cuartel turco de Scutari, Turquía
Anna se secó el sudor de la frente con la manga
de su manchado vestido. A pesar de la época del año en la que estaban tenía
mucho calor, cosa que se reflejaba en sus coloridas mejillas. Se sentía sucia y
dolorida. Su uniforme gris, de tosca lana, estaba totalmente desaseado y el
delantal que llevaba, en otro momento blanco, estaba lleno de sangre y otros
fluidos corporales en los que no quería ni pensar. En el pelo, una cofia
blanca, ridícula dadas las circunstancias, recordaba que en algún momento su
pelo había estado peinado y recogido, y no revuelto y pegado a la cabeza y la
cara como lucía ahora. Cogió aire intentando aliviar el cansancio que aquejaba
a su frágil y delgado cuerpo. Se llevó la otra mano a los riñones a la vez que
estiraba la espalda cual felino desperezándose, mientras el dolor que sentía se
reflejaba en su delicado rostro.
El golpe sordo y seco de los camilleros turcos al
dejar caer al suelo el cuerpo inerte de un nuevo soldado, justo a los pies de
su dorso, la hizo sobresaltarse y olvidar nuevamente todas las quejas de su
cuerpo para ayudar al nuevo combatiente.
Apenas llevaba quince días en aquel cuartel, que
hacía las veces de hospital central del cuerpo expedicionario inglés de la
Guerra de Crimea, apodado como el hospital de las Barracas, y ya se arrepentía
de su precipitada decisión de partir como enfermera hacia aquella guerra entre
aliados y rusos.
Pero su vida en Londres, abocada a un casamiento
de conveniencia con un hombre al que ni siquiera conocía y destinada a vivir
confinada en una casa realizando tan sólo las labores de madre y esposa, se le
antojaba decepcionante. Su decisión había sido recibida con la fuerte oposición
de sus padres y de su hermana mayor. Pero Anna poseía un carácter muy fuerte y
tenaz y su madre bien sabía que no podía, siquiera, intentar convencer de lo
contrario a su indómita hija. Así pues, con el futuro de la familia asegurado
por el casamiento de su hermana mayor con un conde, finalmente sus padres
cedieron a sus deseos a regañadientes.
Se giró hacia el soldado que yacía
semiinconsciente en aquel oscuro y sucio corredor y que estaba tendido en el
suelo balbuciendo palabras ininteligibles.
Por un momento, mientras un oficial médico pasaba
por delante del herido, dudó de si agacharse para socorrerlo. Pero, al ver la
desidia en la cara de este al mirar a todos aquellos soldados y viendo que
pasaba de largo como si no los viese, se agachó junto al joven tendido sobre el
sucio y frío suelo. Aquel pasillo era como una gran sala infecta, húmeda y con
las paredes mugrientas, llena de soldados esparcidos por doquier, medio
desnudos, que inundaban no solo el suelo sino también el ambiente con su hedor
asfixiante y sus gritos agónicos. Era un espectáculo horrible y triste, a la
vez que conmovedor. Todos estaban cubiertos de barro y sangre. Deliraban,
gemían, juraban, suplicaban y descansaban la cabeza, en el mejor de los casos,
sobre una polaina o algún andrajo. Anna tuvo que espantar unas ratas que,
enfurecidas, reaccionaron lanzándose contra el muchacho intentando morderlo,
hasta que pudo ahuyentarlas del todo. Se inclinó ligeramente sobre él, ya que
se encontraba a su lado, para comprobar su estado, e incorporó la cabeza del
joven sobre su regazo.
¡Soldado! —susurró con suavidad, sacudiéndole
ligeramente un hombro—. ¿Puede oírme? ¿Puede usted moverse o hablarme?
Alex estaba sumido en una penosa inconsciencia,
llena de dolores, hasta que había notado el calor y la comodidad de su cabeza
recostada sobre algo suave y cálido por primera vez en meses. Intentó abrir los
ojos como pudo pero, aparte del tremendo esfuerzo que ese simple gesto le
costó, la luz le cegó prácticamente la vista y supo que iba a morir. Lo
comprendió cuando el ángel que acababa de ver le susurró dulces palabras que no
fue capaz de comprender. Un ángel en forma de una preciosa mujer morena con
mirada compasiva y rodeada de un aura celestial. ¡Por fin iba a dejar de penar!
¡Por fin iba a terminar todo aquel sufrimiento inútil! Quiso decirle algo a su
ángel. Quiso que les transmitiera a sus padres que se había ido tranquilo y en
paz, pero las palabras murieron en su garganta.
Anna se acercó al soldado herido más todavía, al
ver que intentaba decirle algo, aunque no logró entender absolutamente nada.
Buscó ayuda con la mirada a su alrededor, pero
desistió al no encontrar a ninguna de sus compañeras a la vista. Quería apartar
a un lado al joven soldado para que, al menos, no lo atropellasen los ayudantes
al traer nuevos heridos. Y de sobra sabía, en apenas aquellos primeros días,
que ningún enfermero ni médico de aquel hospital estaría dispuesto a ayudarla.
Miró en la dirección de los camilleros turcos que
entraban sin cesar, tirando a los combatientes al suelo desde los toscos
soportes. Luego, desaparecían para ir a los barcos, desde donde traían a los
heridos de las batallas, para transportarlos de la misma manera hasta el
hospital.
—¡Por favor! —suplicó a uno de ellos con la
mirada—. ¿Puede ayudarme a subir a este soldado a ese catre? —preguntó
señalando hacia un rincón algo más recogido, donde había una especie de saco
relleno de paja.
El turco le dirigió una lasciva mirada que la
recorrió de arriba abajo y la llenó de asco.
—¿A cambio de qué? —dijo con una sonrisa de
dientes negros, a los que faltaban más de la mitad de las piezas.
Iba a contestar, cosa que se reflejó en su
enfadada cara, cuando una voz potente y seria llenó la sala.
—¡Desaparece de mi vista! —ordenó el oficial
bruscamente al turco—. ¡Yo ayudaré a la señorita!
Anna se giró hacia el sonido de aquella grave voz
y se encontró con la imponente figura de un oficial que, a juzgar por su
uniforme y sus galones, debía de ostentar un alto cargo.
—¡Disculpe! —dijo Ana contrita—. No quería
importunar a nadie. Tan solo pretendía transportar a este pobre soldado hasta
aquel catre y quitarlo de en medio —dijo nerviosa—. Pero no se preocupe, ya me
arreglo yo sola.
—¿Usted sola? —dijo desplegando una perfecta y
blanca sonrisa que, por un momento, consiguió deslumbrar a Anna—. Ese soldado
es más grande que usted y yo juntos. ¡Deje que la ayude!
El último comentario hizo que Ana se fijase más
en su paciente, dándose cuenta de que, en realidad, era asombrosamente grande.
El oficial, sin aparente gran esfuerzo, levantó
al herido, transportándolo hasta el sucio y pestilente catre que ella misma le
había señalado.
—Es usted una de las enfermeras de la señorita
Nightingale, ¿no es cierto? —afirmó más que preguntó el oficial.
Anna estaba sorprendida de que un oficial
estuviese manteniendo una educada conversación con ella. Desde su llegada, los
médicos militares habían demostrado abiertamente su oposición a la presencia de
las treinta y ocho enfermeras que allí habían llegado en su ayuda, siendo
contrarios, no solo a la presencia de civiles, sino a su condición de mujeres.
Pero la riada de heridos de la batalla de Balaklava del 25 de octubre y la de
Inkerman, unos días después, había cambiado la situación y los médicos cedieron
a la necesaria ayuda de las enfermeras. Aun así, los conflictos seguían
desarrollándose continuamente y el trato distaba mucho de ser, aunque solo
fuese, meramente educado.
Fue por ello que Anna solo atinó a asentir con la
cabeza, mientras observaba desconcertada al guapo oficial.
—Y, ¿puedo saber su nombre o tengo que dirigirme
a usted como señorita enfermera? —demandó con una sonrisa burlona en sus
bonitos labios.
—Anna —dijo esta, reaccionando ante su ironía—.
Anna St. James.
—Bien, Anna —dijo poniéndose en pie, demostrando
así su imponente y atlético porte—, espero que nos veamos más a menudo por aquí,
aunque no como paciente, claro —comentó jovial—. No dudo que cualquier soldado
estaría más que agradecido de obtener sus maravillosos cuidados, pero permítame
que no los desee en estas circunstancias.
—¡Nadie debería encontrarse en estas
circunstancias! —expresó con pesar, con una tímida sonrisa en los labios.
—Veo que su compasión solamente es superada por
su belleza, Anna —dijo acariciando su nombre.
Anna se sonrojó sinceramente ante aquel galanteo
inesperado y, por qué no, necesario en la situación en la que se encontraban y
en un lugar como aquel. Cualquier gesto de cariño o simpatía era más que bien
recibido.
Las voces de otro soldado protestando al fondo
del pasillo llamaron la atención del hombre, que se giró en su dirección.
—¡Debo irme! —expresó con cierta aflicción—. El
deber me llama… o más bien mis hombres. —Volvió a sonreír con aquella perfecta
hilera de dientes blancos—. Soy el comandante James Wilson —dijo extendiendo su
mano para tomar la de la joven y depositar un dulce beso en su dorso—. ¡Para
servirla, Anna!
La joven, que ni se había incorporado del suelo
al lado del catre de su paciente, experimentó un dulce cosquilleo en la boca
misma del estómago. Pero las murmuraciones inconexas de su joven soldado,
batallando por sobrevivir, volvieron su total atención hacia él.
—¡Soldado! —volvió a repetir—. ¿Puede oírme?
El muchacho luchaba por balbucir algo que ella no
llegaba a entender. Buscó a su alrededor y encontró la jarra de vino que ella
misma había llevado al pasillo y no sabía dónde había dejado. Al verla, se
incorporó apoyándose en el sucio catre, dándose cuenta de que estaba impregnado
de los orines y las heces de su anterior ocupante. La repugnancia hizo que
mirase con asco sus, ya de por sí, sucias manos. Pero ni siquiera había agua
donde lavárselas, así que tuvo que frotarlas nuevamente en sus viejas faldas.
Regresó al momento con la jarra y un vaso para ofrecer algo de vino al,
seguramente, sediento soldado. Lo incorporó nuevamente en su regazo y lo
observó mientras el joven tragaba con bastante dificultad. Hasta aquel momento,
no se había dado cuenta de lo guapo y diferente que era aquel muchacho. Su
pelo, al igual que su barba desaliñada de varias semanas, era de un rubio casi
albino y lo debía de haber llevado muy corto en su momento, puesto que ahora,
bastantes días después de la batalla, todavía no lo llevaba largo. Sus rasgos
eran duros y angulosos, con prominentes pómulos y una fuerte mandíbula con
ancho mentón. Pero, en contraposición a aquella supuesta rudeza, sus labios eran
gruesos, llenos y dulces y, durante el breve instante en el que había abierto
los ojos, la pureza de su azul la había desconcertado. Era el rostro más bello
que había visto en toda su vida. Cuando terminó de beber, como buenamente pudo,
volvió a intentar hablar y Anna se incorporó algo más sobre él para prestarle
así toda su atención y poder, por fin, entender cuanto decía el herido.
—Spasibo
tebe, moy angel… —murmuró el soldado con apenas un hilo de voz.
Anna sintió una oleada de pánico que consiguió que
se comenzase a marear.
—¿Disculpe? —susurró ella a su vez, ocultando más
aún a su paciente para que nadie más que ella pudiese oírle hablar mientras
buscaba, en todas las direcciones, con la mirada llena de terror, intentando
averiguar si alguien los había oído.
El joven volvió a abrir los ojos deslumbrando con
su mirada febril, luminosa y delirante, a una Anna que no supo cómo reaccionar.
—Moy angel…
En ese momento, pasó por allí cerca un soldado y
Anna volcó, prácticamente, el contenido del vaso de vino en la boca del joven,
en un tonto intento de que no se le escuchase.
Nunca supo por qué hizo aquello… Tiempo después,
buscó dentro de sí misma y nunca encontró nada que le explicase aquel
comportamiento repentino e insensato que cambiaría por completo el curso de su
vida. Pero, en aquel momento, algo más fuerte que ella misma la obligó a
ocultar a aquel joven soldado que, juraría, acababa de hablarle en ruso.
¿Qué os parece? ¿Os apetece seguir leyendo? ¡Ojalá que sí!
¡Un beso enorme!
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