sábado, 2 de febrero de 2013

EL PECADO - Capítulo IV


4

              Creciendo en Londres


A María no le costó en absoluto habituarse a aquella vida que, rápidamente, su padre le había proporcionado. Pronto se instalaron cómodamente en la gran mansión de Gabriel y fue aprendiendo el idioma poco a poco, hasta llegar a perfeccionarlo.
 El gran temor de María había sido el miedo al rechazo, a que su padre la tratara como siempre lo había hecho Felipe. Pero pronto descubrió que no solo su padre y su tío eran maravillosos. La recepción que tuvo de la extensa familia paterna fue toda una grata sorpresa. La comparación con su familia era abrumadora. En España solo tenía a su abuela y a sus padres. Aquí, la familia era inmensa y la niña fue recibida con los brazos abiertos por absolutamente todos y cada uno de los miembros.
Su padre tenía dos hermanas más. Clementine era dos años menor que Gabriel, casada y con dos mellizas de ocho años. ¡Quién se iba a imaginar que tenía dos primas y que enseguida la tomarían como modelo por ser la mayor! Clementine era muy abierta y muy parecida físicamente a su padre con su pelo negro ondulado y sus grandes ojos verdes. Y luego estaba Rachel, que tan solo tenía veintidós años pero aún sin compromiso. Cosa que a María le pareció de lo más rara, porque Rachel era igualita que su tío Jason y no sabía por qué no tenía ya esposo e hijos. Lo único de lo que estaba realmente segura era de que Rachel era un auténtico cielo.
 María no se imaginaba que su aceptación fuera sorprendente para una familia de la alta burguesía británica, pero más tarde comprendería el escándalo que aquello había conllevado. Aunque también supo que su familia se había visto envuelta en más de un infortunio, con lo cual, ya estaba más que acostumbrada. Pero el descubrir que Gabriel tenía una hija había sido para la familia un escándalo maravilloso.
En cuanto a la alta sociedad, Gabriel no tuvo ningún problema en reconocer públicamente a su pequeña, a la que rápidamente puso su apellido. Es cierto que durante un tiempo hubo muchas murmuraciones, pero… ¿quién se atrevería a contrariar al marqués y de una familia de tan largo y alto linaje? Gabriel sabía que María era muy pequeña y que con el paso de los años, todo caería en el olvido. Y tampoco era tan tonto como para no darse cuenta de que María poseería la extraordinaria belleza de su madre, y de que, cuando fuera presentada en sociedad, esa belleza junto con el título haría olvidar a cualquier pretendiente que la niña era bastarda. No, Gabriel no solo no estaba preocupado, sino que estaba encantado con su pequeña rondando por allí. María era un auténtico huracán que revolucionaba a todo el mundo con su curiosidad y su simpatía. Y pronto la hubiese malcriado hasta la saciedad de no ser por Ana, que velaba continuamente por su pequeña.
En cuanto a María, echaba horrores de menos a su madre, pero recibía correspondencia a menudo de su abuela con las nuevas de la guerra en España. El país entero se había levantado contra Francia y en Andalucía había movimientos de guerrillas y ejércitos regulares aliados dirigidos por Wellington, que estaban provocando el desgaste de las fuerzas bonapartistas. Su Córdoba natal se había convertido en la base de la guarnición militar del sur de España. Echaba de menos a su madre y el clima de Córdoba, pero se sentía enormemente feliz con su padre. Lo único que no entendía era por qué su madre no le escribía directamente y lo hacía a través de su abuela, pero se contentaba sabiendo que las dos estaban bien y que se alegraban por ella.
Mientras, Gabriel había conocido y comprendido la difícil situación de Isabel y aunque lo había aceptado, no lograba entender que no se hubiese comunicado con él antes. Lo único que quería era coger su barco y salir en busca de su amor, pero Ana le había prevenido que no lo intentara, ya que ella se consideraba una mujer casada, y como tal no iba a abandonar a su marido. Y mucho menos arriesgarse a que se supiera dónde se encontraba la niña. Gabriel estaba francamente frustrado y además, su vida anterior de marinero, que desde su juventud había seguido cultivando como afición, le pasaba factura, ya que se veía obligado a viajar mucho a Jamaica donde poseía innumerables propiedades, privándolo así de pasar más tiempo con su nueva hija. Poseía un gran barco que le gustaba capitanear y, como él decía, navegar por «los siete mares». Le contó a su pequeña mil historias que había vivido en alta mar, entre ellas, la historia de cómo conoció a su madre. Pero ahora que María llenaba sus días, no le gustaba tanto viajar y ausentarse durante tanto tiempo del lado de la pequeña.
Por su parte, María echaba mucho de menos a su padre cuando se ausentaba durante sus largos viajes, pero no le importaba mucho porque se veía protegida por toda la familia, y en especial por su tío Jason, con el que pasaba largas temporadas. Ambos se habían vuelto inseparables, y María sentía que no había nadie en el mundo que la conociese mejor. Aparte de ser el hombre más guapo que hubiera visto en toda su vida, era el hombre más cariñoso y tierno de todo el universo con ella y sentía que siempre estarían el uno con el otro.
 Cuando María comenzó a crecer y le dejaban estar en alguna reunión social, oía fácilmente hablar a las mujeres sobre Jason. TODAS hablaban sobre él. TODAS estaban enamoradas de él… y ¡casi TODAS habían tenido aventuras con él! Nadie reparaba en la pequeña que se deslizaba sigilosamente en aquellas reuniones y que pronto se dio cuenta, de que no le gustaba que todas aquellas mujeres estuvieran a la caza de su tío. Ella lo consideraba suyo y no le gustaba en absoluto saber que él andaba por ahí, de flor en flor. No era capaz de identificar aquel sentimiento, pero le hacía ponerse de muy mal humor.
El tiempo iba pasando y María ya se estaba convirtiendo en una muchachita que apuntaba ser muy bella. Aquella primavera cumplía dieciséis años y aunque aún no se había desarrollado, cosa rara para su edad, era de una belleza sublime. Grandes ojos negros, enmarcados por unas espesísimas pestañas que no parecían tener fin, boca de labios llenos y una abundantísima melena rizada color azabache. Pero lo que le confería aquella belleza exótica era el color de su piel. Tenía la piel morena, como buena cordobesa que era, y eso la diferenciaba de toda buena señorita de alta cuna que se preciaba de su tez inmaculadamente blanca y que, a María, le parecían muertos vivientes.
Hasta a Jason, que con los años se había vuelto más atractivo, si aún cabía, al haber ensanchado aquel cuerpo de chiquillo, convirtiéndose en un hombre arrebatadoramente poderoso y sensual, comenzaban a hastiarle las rubias de piel tan blanca, cuando las comparaba con su adorada sobrina. Estaba muy orgulloso de la niña y de aquella belleza morena que representaba.
 Pero, con el tiempo comenzó a darse cuenta de que aquella pequeña despertaba en él sentimientos más fuertes que los que le despertaban sus otras sobrinas. No sabía definir aquello y lo rechazó en su mente achacándolo a que pasaba demasiado tiempo con ella porque su padre no estaba, y prácticamente la estaba criando él junto con sus hermanas. Además, cuando estaba con ella tenía que suspender muy a su pesar, sus actividades nocturnas con las damas, y eso, creía él, le estaba descentrando un poquito.
Así pues, en aquel cumpleaños, cuando llegó su hermano para celebrarlo con su pequeña, quiso cortar de raíz aquel sentimiento que comenzaba a corroerle el interior. Jason sabía que Gabriel había decidido vender sus propiedades en Jamaica y su barco, para instalarse definitivamente en Londres y dedicarse por completo a su hija. Pero tenía que hacer el último viaje para concretarlo todo y cuando esa noche, después de la fiesta, todo el mundo ya se había retirado a descansar, él se fue con su hermano a la biblioteca a tomar su correspondiente copa y charlar un rato.
—¡Es increíble lo preciosa que está María!, ¿no crees? —comenzó Gabriel con expresión de orgullo en la cara.
—¡No sabes cuánto! —se dijo Jason más para sí mismo que para su hermano, mientras tenía la mirada clavada en su copa de brandy.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Gabriel curioso.
—Que pasas demasiado tiempo fuera —dijo Jason recuperándose al ver la expresión de su hermano, y sin saber muy bien por qué había dicho aquello—. La niña te necesita… necesita a su padre. Ya es bastante malo que no tenga a su madre cerca.
—¡Es cierto! Pero ya sabes que este será mi último viaje. Me encantaría no tener que realizarlo, pero me es imposible  —dijo con fastidio.
—Por eso voy a ayudarte, hermano  —dijo Jason con resolución.
—¿A qué te refieres? —preguntó curioso Gabriel.
—¡Quédate con tu hija y yo resolveré tus asuntos en Jamaica! —dijo sin más miramientos.
—Pero… eso sería pedirte demasiado. No puedo dejar que hagas eso por mí —dijo incrédulo.
—¡Pero yo insisto! —dijo en tono tajante— Hace ya algún tiempo que vengo pensándolo y creo que es lo mejor.
—¡No te entiendo! ¿Por qué? ¿Qué ocurre? —preguntó desorientado.
—¡Mira, necesito un cambio! Un cambio radical en mi vida. Esta vida de riquezas me está cansando de veras. Estoy harto de evitar a mamás con hijas casaderas y a las hijas que me persiguen allá donde voy. Necesito hacer algo por mí mismo y no estar en el punto de mira de toda una sociedad.
Gabriel comenzó a sonreír. Comprendía perfectamente a su hermano. Por eso se había embarcado en aquel loco viaje a España hacía ya dieciséis años. Y era por eso que recurría a todos esos viajes cuando se hastiaba, ya que le resultaban de lo más gratificantes.
—Bueno, eso puedo comprenderlo, pero… ¿no es más fácil que vayas a pasar una temporada al campo y te olvides de todo? ¡A ti no te gusta navegar! ¿Por qué un cambio tan drástico? —preguntó preocupado.
—Lo cierto es que me quiero alejar de veras, lejos de verdad… y durante mucho tiempo. No quiero unas simples vacaciones en el campo de unas pocas semanas de duración. Quiero desaparecer por más tiempo y que nadie me pueda localizar fácilmente, ¿entiendes? —dijo mirando directamente a su hermano.
—Puedo entenderte y lo haré, si me juras ahora mismo que no ocurre nada serio y que no te has metido en ningún lío del que tengas que escapar —dijo con expresión severa.
Jason volvió a mirar fijamente su copa de brandy, mientras sonreía y pensaba que era gracioso que quisiera escapar de una niña de dieciséis años y, que para más inri, era su sobrina. No sabía si era cobardía o lo más sensato que iba a hacer en su vida y tampoco quería ahondar en ese sentimiento que le estaba llevando a cometer semejante locura. ¿Lío del que tuviera que escapar? Sí. El lío de su cabeza. Y como tampoco podía hablarlo con su hermano porque se trataba de su hija y hasta a él le parecía que el tema era ridículo, volvió la mirada hacia su hermano y le sonrió con sinceridad.
—¡Te juro que no me he metido en ningún lío! ¡Solo quiero desaparecer y pensar en lo que quiero hacer con mi vida! ¡Sin más! —dijo lleno de serenidad.
Gabriel no sabía qué pensar del comportamiento de su hermano. En el fondo, y también en la superficie, para qué negarlo, lo comprendía perfectamente. Ya tenía veintiséis años y era un bala perdida que había tenido todo lo que quería en la vida. Y aunque no había malgastado su tiempo, ya que había aprendido a administrar sus propiedades y entendía a la perfección de finanzas, podía comprender su necesidad de cambio de aires.
—¡Está bien! Lo cierto es que me haces un inmenso favor —dijo al fin— ¡Además, a ti se te da mejor que a mí lo de las ventas! —dijo con una amplia sonrisa de confianza en su hermano.
—Me alegro de que lo comprendas. Partiré cuanto antes. Me encargaré de tus asuntos y luego me dedicaré a viajar algún tiempo —dijo con ilusión—. ¡Quién sabe! ¡Para cuando vuelva a lo mejor ya te has conseguido una duquesa y mi sobrina se ha casado! Porque no dudo que en cuanto la presentes en sociedad será la sensación.
Jason dijo esto último y salió de la biblioteca junto a su hermano, para retirarse a descansar. Pero sus propias palabras le dejaron mal sabor de boca y no sabía por qué. Se negaba a pensar en ello. Sí… lo mejor sería irse y alejarse de Londres… cuanto antes.



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