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Creciendo en Londres
A María no le costó en absoluto habituarse a aquella vida
que, rápidamente, su padre le había proporcionado. Pronto se instalaron cómodamente
en la gran mansión de Gabriel y fue aprendiendo el idioma poco a poco, hasta
llegar a perfeccionarlo.
El gran temor de
María había sido el miedo al rechazo, a que su padre la tratara como siempre lo
había hecho Felipe. Pero pronto descubrió que no solo su padre y su tío eran
maravillosos. La recepción que tuvo de la extensa familia paterna fue toda una
grata sorpresa. La comparación con su familia era abrumadora. En España solo
tenía a su abuela y a sus padres. Aquí, la familia era inmensa y la niña fue
recibida con los brazos abiertos por absolutamente todos y cada uno de los
miembros.
Su padre tenía dos hermanas más. Clementine era dos años
menor que Gabriel, casada y con dos mellizas de ocho años. ¡Quién se iba a
imaginar que tenía dos primas y que enseguida la tomarían como modelo por ser
la mayor! Clementine era muy abierta y muy parecida físicamente a su padre con
su pelo negro ondulado y sus grandes ojos verdes. Y luego estaba Rachel, que
tan solo tenía veintidós años pero aún sin compromiso. Cosa que a María le
pareció de lo más rara, porque Rachel era igualita que su tío Jason y no sabía
por qué no tenía ya esposo e hijos. Lo único de lo que estaba realmente segura
era de que Rachel era un auténtico cielo.
María no se
imaginaba que su aceptación fuera sorprendente para una familia de la alta
burguesía británica, pero más tarde comprendería el escándalo que aquello había
conllevado. Aunque también supo que su familia se había visto envuelta en más
de un infortunio, con lo cual, ya estaba más que acostumbrada. Pero el
descubrir que Gabriel tenía una hija había sido para la familia un escándalo maravilloso.
En cuanto a la alta sociedad, Gabriel no tuvo ningún
problema en reconocer públicamente a su pequeña, a la que rápidamente puso su
apellido. Es cierto que durante un tiempo hubo muchas murmuraciones, pero…
¿quién se atrevería a contrariar al marqués y de una familia de tan largo y alto
linaje? Gabriel sabía que María era muy pequeña y que con el paso de los años,
todo caería en el olvido. Y tampoco era tan tonto como para no darse cuenta de
que María poseería la extraordinaria belleza de su madre, y de que, cuando
fuera presentada en sociedad, esa belleza junto con el título haría olvidar a
cualquier pretendiente que la niña era bastarda. No, Gabriel no solo no estaba
preocupado, sino que estaba encantado con su pequeña rondando por allí. María
era un auténtico huracán que revolucionaba a todo el mundo con su curiosidad y
su simpatía. Y pronto la hubiese malcriado hasta la saciedad de no ser por Ana,
que velaba continuamente por su pequeña.
En cuanto a María, echaba horrores de menos a su madre,
pero recibía correspondencia a menudo de su abuela con las nuevas de la guerra
en España. El país entero se había levantado contra Francia y en Andalucía
había movimientos de guerrillas y ejércitos regulares aliados dirigidos por
Wellington, que estaban provocando el desgaste de las fuerzas bonapartistas. Su
Córdoba natal se había convertido en la base de la guarnición militar del sur
de España. Echaba de menos a su madre y el clima de Córdoba, pero se sentía
enormemente feliz con su padre. Lo único que no entendía era por qué su madre
no le escribía directamente y lo hacía a través de su abuela, pero se
contentaba sabiendo que las dos estaban bien y que se alegraban por ella.
Mientras, Gabriel había conocido y comprendido la difícil
situación de Isabel y aunque lo había aceptado, no lograba entender que no se
hubiese comunicado con él antes. Lo único que quería era coger su barco y salir
en busca de su amor, pero Ana le había prevenido que no lo intentara, ya que
ella se consideraba una mujer casada, y como tal no iba a abandonar a su marido.
Y mucho menos arriesgarse a que se supiera dónde se encontraba la niña. Gabriel
estaba francamente frustrado y además, su vida anterior de marinero, que desde
su juventud había seguido cultivando como afición, le pasaba factura, ya que se
veía obligado a viajar mucho a Jamaica donde poseía innumerables propiedades,
privándolo así de pasar más tiempo con su nueva
hija. Poseía un gran barco que le gustaba capitanear y, como él decía, navegar
por «los siete mares». Le contó a su
pequeña mil historias que había vivido en alta mar, entre ellas, la historia de
cómo conoció a su madre. Pero ahora que María llenaba sus días, no le gustaba
tanto viajar y ausentarse durante tanto tiempo del lado de la pequeña.
Por su parte, María echaba mucho de menos a su padre
cuando se ausentaba durante sus largos viajes, pero no le importaba mucho
porque se veía protegida por toda la familia, y en especial por su tío Jason,
con el que pasaba largas temporadas. Ambos se habían vuelto inseparables, y
María sentía que no había nadie en el mundo que la conociese mejor. Aparte de
ser el hombre más guapo que hubiera visto en toda su vida, era el hombre más
cariñoso y tierno de todo el universo con ella y sentía que siempre estarían el
uno con el otro.
Cuando María
comenzó a crecer y le dejaban estar en alguna reunión social, oía fácilmente
hablar a las mujeres sobre Jason. TODAS hablaban sobre él. TODAS estaban
enamoradas de él… y ¡casi TODAS habían tenido aventuras con él! Nadie reparaba
en la pequeña que se deslizaba sigilosamente en aquellas reuniones y que pronto
se dio cuenta, de que no le gustaba que todas aquellas mujeres estuvieran a la caza de su tío. Ella lo consideraba
suyo y no le gustaba en absoluto saber que él andaba por ahí, de flor en flor.
No era capaz de identificar aquel sentimiento, pero le hacía ponerse de muy mal
humor.
El tiempo iba pasando y María ya se estaba convirtiendo
en una muchachita que apuntaba ser muy bella. Aquella primavera cumplía
dieciséis años y aunque aún no se había desarrollado, cosa rara para su edad,
era de una belleza sublime. Grandes ojos negros, enmarcados por unas
espesísimas pestañas que no parecían tener fin, boca de labios llenos y una
abundantísima melena rizada color azabache. Pero lo que le confería aquella
belleza exótica era el color de su piel. Tenía la piel morena, como buena
cordobesa que era, y eso la diferenciaba de toda buena señorita de alta cuna
que se preciaba de su tez inmaculadamente blanca y que, a María, le parecían muertos
vivientes.
Hasta a Jason, que con los años se había vuelto más
atractivo, si aún cabía, al haber ensanchado aquel cuerpo de chiquillo,
convirtiéndose en un hombre arrebatadoramente poderoso y sensual, comenzaban a
hastiarle las rubias de piel tan blanca, cuando las comparaba con su adorada
sobrina. Estaba muy orgulloso de la niña y de aquella belleza morena que
representaba.
Pero, con el
tiempo comenzó a darse cuenta de que aquella pequeña despertaba en él
sentimientos más fuertes que los que le despertaban sus otras sobrinas. No
sabía definir aquello y lo rechazó en su mente achacándolo a que pasaba
demasiado tiempo con ella porque su padre no estaba, y prácticamente la estaba
criando él junto con sus hermanas. Además, cuando estaba con ella tenía que
suspender muy a su pesar, sus actividades nocturnas con las damas, y eso, creía
él, le estaba descentrando un poquito.
Así pues, en aquel cumpleaños, cuando llegó su hermano
para celebrarlo con su pequeña, quiso cortar de raíz aquel sentimiento que
comenzaba a corroerle el interior. Jason sabía que Gabriel había decidido
vender sus propiedades en Jamaica y su barco, para instalarse definitivamente
en Londres y dedicarse por completo a su hija. Pero tenía que hacer el último
viaje para concretarlo todo y cuando esa noche, después de la fiesta, todo el
mundo ya se había retirado a descansar, él se fue con su hermano a la
biblioteca a tomar su correspondiente copa y charlar un rato.
—¡Es increíble lo preciosa que está María!, ¿no crees? —comenzó
Gabriel con expresión de orgullo en la cara.
—¡No sabes cuánto! —se dijo Jason más para sí mismo que
para su hermano, mientras tenía la mirada clavada en su copa de brandy.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Gabriel curioso.
—Que pasas demasiado tiempo fuera —dijo Jason
recuperándose al ver la expresión de su hermano, y sin saber muy bien por qué
había dicho aquello—. La niña te necesita… necesita a su padre. Ya es bastante
malo que no tenga a su madre cerca.
—¡Es cierto! Pero ya sabes que este será mi último viaje.
Me encantaría no tener que realizarlo, pero me es imposible —dijo con fastidio.
—Por eso voy a ayudarte, hermano —dijo Jason con resolución.
—¿A qué te refieres? —preguntó curioso Gabriel.
—¡Quédate con tu hija y yo resolveré tus asuntos en
Jamaica! —dijo sin más miramientos.
—Pero… eso sería pedirte demasiado. No puedo dejar que
hagas eso por mí —dijo incrédulo.
—¡Pero yo insisto! —dijo en tono tajante— Hace ya algún
tiempo que vengo pensándolo y creo que es lo mejor.
—¡No te entiendo! ¿Por qué? ¿Qué ocurre? —preguntó
desorientado.
—¡Mira, necesito un cambio! Un cambio radical en mi vida.
Esta vida de riquezas me está cansando de veras. Estoy harto de evitar a mamás
con hijas casaderas y a las hijas que me persiguen allá donde voy. Necesito
hacer algo por mí mismo y no estar en el punto de mira de toda una sociedad.
Gabriel comenzó a sonreír. Comprendía perfectamente a su
hermano. Por eso se había embarcado en aquel loco viaje a España hacía ya
dieciséis años. Y era por eso que recurría a todos esos viajes cuando se
hastiaba, ya que le resultaban de lo más gratificantes.
—Bueno, eso puedo comprenderlo, pero… ¿no es más fácil
que vayas a pasar una temporada al campo y te olvides de todo? ¡A ti no te
gusta navegar! ¿Por qué un cambio tan drástico? —preguntó preocupado.
—Lo cierto es que me quiero alejar de veras, lejos de
verdad… y durante mucho tiempo. No quiero unas simples vacaciones en el campo
de unas pocas semanas de duración. Quiero desaparecer por más tiempo y que
nadie me pueda localizar fácilmente, ¿entiendes? —dijo mirando directamente a
su hermano.
—Puedo entenderte y lo haré, si me juras ahora mismo que
no ocurre nada serio y que no te has metido en ningún lío del que tengas que
escapar —dijo con expresión severa.
Jason volvió a mirar fijamente su copa de brandy,
mientras sonreía y pensaba que era gracioso que quisiera escapar de una niña de
dieciséis años y, que para más inri, era su sobrina. No sabía si era cobardía o
lo más sensato que iba a hacer en su vida y tampoco quería ahondar en ese
sentimiento que le estaba llevando a cometer semejante locura. ¿Lío del que
tuviera que escapar? Sí. El lío de su cabeza. Y como tampoco podía hablarlo con
su hermano porque se trataba de su hija y hasta a él le parecía que el tema era
ridículo, volvió la mirada hacia su hermano y le sonrió con sinceridad.
—¡Te juro que no me he metido en ningún lío! ¡Solo quiero
desaparecer y pensar en lo que quiero hacer con mi vida! ¡Sin más! —dijo lleno
de serenidad.
Gabriel no sabía qué pensar del comportamiento de su
hermano. En el fondo, y también en la superficie, para qué negarlo, lo
comprendía perfectamente. Ya tenía veintiséis años y era un bala perdida que
había tenido todo lo que quería en la vida. Y aunque no había malgastado su
tiempo, ya que había aprendido a administrar sus propiedades y entendía a la
perfección de finanzas, podía comprender su necesidad de cambio de aires.
—¡Está bien! Lo cierto es que me haces un inmenso favor —dijo
al fin— ¡Además, a ti se te da mejor que a mí lo de las ventas! —dijo con una
amplia sonrisa de confianza en su hermano.
—Me alegro de que lo comprendas. Partiré cuanto antes. Me
encargaré de tus asuntos y luego me dedicaré a viajar algún tiempo —dijo con
ilusión—. ¡Quién sabe! ¡Para cuando vuelva a lo mejor ya te has conseguido una
duquesa y mi sobrina se ha casado! Porque no dudo que en cuanto la presentes en
sociedad será la sensación.
Jason dijo esto último y salió de la biblioteca junto a
su hermano, para retirarse a descansar. Pero sus propias palabras le dejaron
mal sabor de boca y no sabía por qué. Se negaba a pensar en ello. Sí… lo mejor
sería irse y alejarse de Londres… cuanto antes.
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