sábado, 9 de agosto de 2014

TU LUZ EN LA OSCURIDAD (Primeros capítulos)


Pues para aquella gente que no se haya decidido todavía... os dejo los primeros capítulos de TU LUZ EN LA OSCURIDAD para que vayáis abriendo boca. Os recuerdo que el prólogo lo podéis encontrar aquí para no perderos nada de nada. ¡Espero que lo disfrutéis y que os anime a leeros el libro completo!



Capítulo 1

El sueño
O

scuridad. La oscuridad me rodea y estoy completamente aterrada. Intento que mi agitada respiración no delate mi escondite mientras hago auténticos esfuerzos por coger aire sin ser escuchada y obligo inútilmente a mi corazón a disminuir su frenético repiqueteo contra mi despavorido pecho. El perro negro me persigue y ya no sé dónde más puedo ocultarme. Está muy cerca. Puedo oírlo. Ladra con su demoníaco y escalofriante aullido nocturno muy cerca de donde yo me encuentro consiguiendo que mis ojos, abiertos y casi fuera de sus órbitas, se humedezcan con lágrimas no derramadas debido al miedo y que mis labios y mis extremidades tiemblen desesperadas. ¡Tengo tanto miedo!
Éste tampoco debe ser un buen refugio para permanecer. ¡Tengo que huir! ¡Tengo que salvarme!
Salgo corriendo a toda velocidad intentando ver algo en medio de la fría noche que me envuelve. Me precipito cuesta abajo a través de un inmenso monte lleno de pinos y encinas con el corazón completamente desbocado, mientras giro mi cabeza continuamente en busca del feroz perro que avisa a su infernal compinche que quiere acabar con mi vida. Al fondo, mientras me apresuro por salvar mi vida, puedo distinguir algo de luz que se abre paso entre la frondosa vegetación y las rocas que surgen en el camino. Llego al borde del bosque y prácticamente me detengo al tropezar con unos arbustos especialmente densos. Lucho con la maraña de la vegetación y puedo distinguir, allá abajo, edificaciones y movimiento de gente.
Salto por encima como puedo, hiriéndome y lastimándome, y emprendo una desesperada carrera por salvar mi vida pero un destello de luz procedente de mi espalda ilumina mi camino y sé que estoy perdida. Mi pánico aumenta al comprobar, girándome, que se trata del espectro luminoso que viene para matarme; me ha dado alcance y ciega mi vista impidiendo ver su apariencia real. Vuelvo a girarme sin perder ni un solo segundo para poder escapar de ese maléfico haz de luz que me persigue. Agudizo mi visión para buscar dónde ocultarme mientras los latidos de mi corazón martillean sin piedad mi fatigado pecho. Corro y corro. Corro hacia el enorme edificio que se eleva majestuoso ante mí y me quedo estupefacta, al comprobar, que se trata del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Pero está diferente… no es como yo lo conozco… está a medio construir… aunque no por ello detengo mi veloz carrera ni tan siquiera una milésima de segundo.
Y al fondo, hay unos hombres que caminan descalzos, con túnicas grises largas hasta los tobillos y remendadas, con un cinturón de cuerda y una capucha basta y áspera sobre sus cabezas. Al verme aparecer corriendo despavorida huyen de mí… o quizás de mi captor, como si acabasen de ver al mismísimo Lucifer. Corren delante de mí y entran a un refugio cerrándome cruelmente la puerta.
Llego aterrada y fatigada hasta el portón que acaban de cerrar y golpeo la puerta con miedo y desesperación mientras exclamo múltiples gritos suplicando ayuda. Pero ya no me queda tiempo y la luz me da alcance. Me giro para enfrentarla y buscar otra salida pero ya no hay escapatoria… y caigo de rodillas derrotada y resignada… esperando mi ejecución…”

Ale cerró con pesimismo su diario y se echó hacia atrás mirando hacia el techo recostándose sobre los almohadones de su cama. Giró la cabeza hacia su mesita de noche para comprobar, como todas y cada una de las noches de su existencia desde que tenía uso de razón, que eran algo más de las tres de la madrugada. Suspiró audiblemente mientras se frotaba los somnolientos ojos.  Apartó su diario con desgana para levantarse y se dirigió al cuarto de baño para lavarse la cara, ahora perlada con un sudor viscoso, mientras intentaba relajarse respirando hondo para que los latidos de su corazón disminuyeran su frenético ritmo.
Regresó pesadamente a su cama apagando la luz de su mesilla e intentó conciliar el sueño. Siempre era igual. Siempre ese maldito sueño y siempre a la misma hora. Todas las noches, cuando despertaba sofocada y asustada debido a la nitidez de su perenne sueño, abría su diario y volvía a releer el relato por si algo cambiaba o había algún detalle diferente que la ayudase a desvelar el significado del gran misterio de su vida. Pero nunca lo hallaba…




Ale
San Lorenzo de El Escorial,
3 de octubre de 2012

H

oy le he visto y lo he comprendido. Por primera vez en mi vida, todos aquellos ridículos sentimientos y sensaciones corporales que las otras chicas que conocía me habían  relatado que les ocurrían cuando un chico les gustaba o se enamoraban han aflorado en mí. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron, la suya no era precisamente la que había imaginado en mis sueños para mi príncipe azul. Estaba cargada de una mezcla de asombro y de curiosidad junto con lo que yo diría interés…o puede que excesiva seriedad y, cuando pasó un instante, su rostro se mostró frío e imperturbable. Cuando…”

—¡Ale! —gritó su madre desde abajo—. ¡La cena está servida!
Ale dejó de escribir su diario y miró el reloj sobre la mesita de estudio de su habitación. Dejó el bolígrafo perezosamente y se estiró como un gato en la vieja silla azul de su escritorio.
—¡Enseguida bajo, Marina! —voceó desde arriba.
Marina era su madre de acogida y aunque era la persona a la que más había querido en toda su vida y le estaba enormemente agradecida por haberla sacado del infierno del reformatorio, era incapaz de llamarla “mamá”. De todas formas, Marina nunca lo había demandado y, aunque no hablaban mucho del tema, ambas sabían que esa muestra de afecto estaba de más entre ellas. Ale no necesitaba demostrarle a Marina cuánto la quería y esta lo sabía sobradamente.
—¡Qué bien huele! —anunció Ale desde la puerta advirtiendo de su presencia a una despistada Marina—. ¿Qué has preparado? ¡Estoy muerta de hambre! —dijo con el estómago rugiendo ante aquel delicioso olor.
Marina sonrió y se giró para observar a la que ella consideraba su hija pequeña hasta el momento. Llevaba más de treinta años acogiendo niñas y adolescentes con problemas para ayudarlas y poder ofrecerles una vida digna y llena de oportunidades. Su “pequeña Ale”, como ella la llamaba, era su última adopción y la que más le intrigaba por su oscuro pasado. Había conseguido que todas las chicas a las que había acogido se hubieran reinsertado en la sociedad con total normalidad y se enorgullecía de que, todas, hubieran conseguido un buen trabajo. Y eso era, precisamente, lo que se proponía con su “pequeña Ale”: ofrecerle oportunidades y conseguir darle a aquella joven la paz que su atormentada alma tanto necesitaba.
—Te he preparado unas espinacas a la crema con trocitos de jamón, como a ti te gustan —dijo con orgullo.
Lo cierto es que Marina era una magnífica cocinera ya que la cocina había sido uno de sus hobbies desde la juventud. Nadie diría que aquella mujer alegre y vigorosa de cincuenta y dos años, tan alta y delgada, con aquel porte atlético, su siempre perfectamente maquillada cara y ropas demasiado modernas para su edad fuese una hogareña empedernida.
—Debes de estar muy cansada —continuó mientras le servía las espinacas y Ale se acomodaba a la mesa— y muy emocionada. ¿Qué tal tu primer día de clase, “señorita futura licenciada en Historia”? —preguntó con la misma emoción que si fuera ella la que había comenzado la Universidad.
—No ha estado tan mal —dijo Ale sonriendo tímidamente—. Mucho descontrol por parte del alumnado que no encontraba sus clases y ya sabes… el trato distante de los profesores es una novedad. No es como en el instituto. Aquí parece que no existes y nadie se fija en ti.
La sonora carcajada de Marina hizo que Ale levantara bruscamente la cabeza del plato, sorprendida.
—¡¿Qué nadie se fija en ti?! —preguntó Marina divertida.
—¡Marina! —exclamó Ale con fastidio—. No me refería a eso.
Ambas rieron mientras Marina la observaba y,  todavía hoy en día, se asombraba de la exuberante y salvaje belleza de su pequeña. Siempre le había semejado a una diosa griega de la belleza. Era muy alta con su metro setenta y cinco pero no por ello desgarbada. Caminaba de manera grácil y ligera como una bailarina de ballet, cosa que todavía llamaba más la atención sobre su espectacular físico que hacía tiempo que ya dejaba de ocultar. Marina se sentía especialmente orgullosa de aquel cambio en el que ella había tenido mucho que ver.
Cuando la había conocido, apenas siendo una niña, se avergonzaba de su físico y siempre trataba de ocultarlo creyendo que era una maldición que la hacía destacar y verla siempre envuelta en todos los problemas del orfelinato. Pero Marina había conseguido que Ale se abriese al mundo como una flor en primavera, sin avergonzarse de lo que era.
Sin embargo, a pesar de ser tan bella, a pesar de tener una melena rubia increíblemente clara y sedosa con unas suaves ondas, a pesar de tener aquellos ojos claros del color de la miel que destacaban en su asombrosa piel de alabastro, a pesar de tener aquellos labios carnosos y cremosos y a pesar de poseer unas curvas que robaban el aliento tanto de hombres como mujeres, Ale seguía siendo una chica tímida y retraída a la que no le gustaba demasiado llamar la atención.
—¡Vale, vale! —rectificó Marina—. Sé a lo que te refieres. La Universidad es como un mundo aparte, ¿verdad?
—Pues sí, es muy diferente al instituto… Habrá que esperar a ver qué tal…
—¿Y ya has tenido clase con el famoso “hombre de hielo”? —dijo Marina intentando poner voz tétrica.
—El famoso “hombre de hielo”… Pues sí —dijo poniéndose seria y pensativa—, pero no es ni parecido a como yo lo había imaginado.
—¿Y cómo es? —preguntó Marina con curiosidad, a la espera de que Ale le describiese al famoso profesor con fama de ser distante y frío como el acero y de suspender a prácticamente todo el alumnado de sus cursos.
—Joven… muy joven… —dijo Ale totalmente abstraída—, y bello…
—¿Bello? —se burló Marina—. ¿Es así como las jóvenes describís hoy en día a los hombres? ¡¿Bello?!
Ale salió de sus pensamientos y sonrió ante el sarcasmo de su madre.
—No, supongo que no —dijo risueña dejándose llevar—. Pero es la única palabra que se me ocurre para describirle y ser medianamente justa.
—¿Tan guapo es? —preguntó ya francamente intrigada su madre.
—No —dijo Ale a modo de burla—, guapo no… “lo siguiente”.
Las dos se echaron a reír y la imagen de su profesor volvió nítida a su mente mientras notaba cómo los latidos de su corazón se aceleraban. Aquel hombre… aquella mirada que le había dedicado… le atraía sin remedio y era una novedad en su vida ya que nunca, hasta ahora, ningún hombre había atrapado su interés.
—Bueno —dijo Marina sin parar de reír—, entonces debe de ser un demonio disfrazado de ángel porque su fama de ogro le precede. Ya sabes… céntrate en estudiar bastante su asignatura que mientras apruebes, lo demás da igual.
—Supongo que sí —dijo aún sonriendo—, aunque mañana nos va a hacer un examen para evaluar nuestro nivel de conocimiento de la materia y poder, según él, comenzar con una buena base.
—¿Qué asignatura es? —preguntó su madre que tenía la cabeza liada con tanta carrera de sus otras “hijas” y tantas asignaturas.
— “Historia moderna de España”.
—¡Vaya hombre! —exclamó alarmada—. Precisamente la que más te interesa. ¡Pues vaya suerte que has tenido! —dijo lamentándose.
—Sí —se dijo Ale más para sí misma que para su madre, mientras se perdía en el recuerdo de los preciosos ojos verde esmeralda de su “hombre de hielo”…



Capítulo 3

La Universidad
A

 la mañana siguiente su vida comenzó con las rutinas habituales. Levantarse, ducha, desayuno que Marina tenía ya preparado y coger el Cercanías para poder ir a la Complutense a sus clases. Marina la acompañaba gran parte del trayecto ya que trabajaba en Madrid. Cuando Ale decidió estudiar Historia en la Complutense, Marina le había sugerido cambiar el domicilio por un pequeño apartamento en Madrid pero Ale no quería separarse del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial ya que estaba dispuesta a descifrar el sueño que la atormentaba desde niña y, con el que estaba convencida que una vez resuelto, descubriría quién era ella en realidad. El misterio de su vida se encontraba allí y estaba convencida de que, para ello, no debía alejarse de El Escorial.
Ya en Madrid, Ale cambiaba de línea de Cercanías para ir hacia el Campus mientras que su madre continuaba en el mismo tren. Marina, nada más salir de casa, siempre se quedaba dormida durante el trayecto y Ale la despertaba cuando se separaban para que no se pasase, más tarde, de parada. A Ale le encantaba ese rato porque podía ir abstraída en sus pensamientos o enfrascada en alguno de sus libros de historia.
En la parada del autobús que la llevaba al campus se encontró con Tere. Tere era lo más parecido que Ale tenía a una amiga. Su accidentada infancia en el orfanato y más tarde en el reformatorio,  había hecho de Ale una muchacha retraída, desconfiada y calificada como asocial. Pero, en realidad, era una máscara para que nadie se acercase a ella y pudiese hacerle daño.
Tere no sabía nada de su pasado. La había conocido el año anterior en el instituto y habían estrechado lazos al enterarse de que ambas querían estudiar Historia. Tere era todo lo contrario a ella. Era una chica bajita de carácter alegre y simpático y un tanto alocado que hablaba y hablaba sin cesar; tanto, que muchas veces Ale ni siquiera escuchaba su cháchara incesante y se abstraía en sus pensamientos sin que Tere advirtiese nada.
—¡Ale! —dijo jovial Tere mientras subían al autobús—. ¿Qué tal tu primer día? No te vi a la salida.
—Sí, me entretuve en la biblioteca haciéndome el carné —dijo a modo de disculpa.
—Tú siempre enfrascada en tus lecturas —dijo mientras se acomodaban en asientos contiguos.
—Bueno… estudiamos Historia. Se supone que tenemos que leer mucho sobre ella.
Tere soltó una sonora carcajada cantarina que hizo que el resto del autobús se fijase en ellas, para mayor mortificación de Ale, a la que no le gustaba llamar la atención sobre su persona más de lo estrictamente necesario.
—Pues yo leeré solo lo obligatorio. No pienso estar todo el día leyendo y estudiando habiendo tanto por hacer en el campus —dijo con una sonrisa picarona.
—¿A qué te refieres? —preguntó interesada.
—¿Cómo que a qué me refiero? —preguntó extrañada—. Pues a los chicos, boba. ¿Es que no te has fijado en la calidad del ganado del campus?
Ale rió dándole una pequeña palmada en el hombro a su amiga. Desde luego, era incorregible. En el instituto siempre estaba con lo mismo; que si mira a ese tío, que si ese está como un queso, que si ese no veas cómo besa… Lo cierto era que Tere era promiscua por naturaleza. Siempre tenía algún lío pero no le duraban ni dos días porque se cansaba enseguida de ellos.
—¿Qué te pareció el profesor de Historia Moderna de España? —preguntó Tere con un deje burlón.
—¿Qué me iba a parecer?
—¡Oh, vamos! —dijo impaciente—. ¡Está más que cañón! Hasta a ti, ¡oh, diosa de la belleza!, te dejó impresionada. ¿Crees que no me fijé?
—Bueno, llama la atención pero nada más.
—¿Nada más? —dijo anonadada—. ¡Ni nada menos! ¿Pero qué te ocurre a ti? Nunca te he visto con un chico. ¿No serás lesbiana, verdad? —preguntó asustada.
—Pues no —dijo Ale bajando la voz que su amiga se empeñaba en subir—, pero no veo qué tendría de malo. De todas formas —dijo intentando zanjar el tema—, estás hablando de un profesor.
—Sí —dijo ensanchando la sonrisa—, un profesor con fama de seductor, ¿sabes?
—¡¿De qué demonios estás hablando?!
—¡Oh, vamos! —dijo Tere ofendida—. Hay muchos profesores en el campus que se lían con sus alumnas e incluso a algunas les llegan a ofrecer aprobarlas a cambio de un buen polvo. No es ningún secreto.
—¿En serio?
Ale se recriminó aquel comentario. Sabía perfectamente cómo funcionaba el abuso de autoridad y las personas corruptas ya que ella lo había sufrido en carnes propias en el orfanato y reformatorio. Pero siempre había supuesto que a nadie le interesaba lo que se pudiese hacer con niñas sin padres que pudiesen defenderlas. Aunque aquí era más bien consentido.
—¡Venga ya! Ni tú puedes ser tan ignorante. No te hagas la tonta que no te queda bien. Dicen que Silvia, la que está tan buena de segundo, le echó un polvo para que la aprobara, él acepto y después la suspendió —las dos chicas rompieron en risas—. El caso es que el revolcón, aunque suspendiendo, le tuvo que sentar muy bien porque cada vez que lo ve, se le cae la baba —continuó Tere entre risas.
—Bueno —dijo al fin Ale cuando pudo dejar de reír—, pues ya sabes a quien no debes tirarte para aprobar.
—¿Yo? Y, ¿qué hay de ti?
—¿Yo? —preguntó Ale escandalizada—. Yo jamás me tiraría a un tío para que me aprobara.
—¡Ya! —dijo Tere con una sonrisa picarona—. Pero, ¿y por el mero hecho de tirártelo? Tienes que reconocer que te impresionó…
—Bueno, nunca había visto a un hombre tan guapo… eso es todo. No creo que sea motivo para acostarte con alguien.
—¿Y cuál es tu motivo entonces? —demandó Tere como si no pudiese existir otro motivo en el mundo.
—¿Amor? —se aventuró Ale.
—¡¿Amor?! ¡Pero tú en qué siglo vives!
Ale se abstuvo de contestar que en el mismo que ella y la dejó que le soltase una diatriba sobre la liberación sexual de la mujer y su papel en el s. XXI, mientras ella se abstraía en sus pensamientos ahora plagados, gracias a Tere, de imágenes eróticas con su guapísimo profesor de Historia.





Capítulo 4

El hombre de hielo

C
uando llegaron a clase, el famoso “hombre de hielo” ya estaba sentado en su mesa revisando unos papeles mientras el alumnado se colocaba en sus asientos. Ale no pudo evitar observarle en la distancia como casi todas las mujeres presentes y muchos de los hombres, mientras se dirigía a su asiento. Realmente era un hombre fascinante capaz de robar el aliento con su salvaje belleza.
Como oyendo sus pensamientos, el profesor levantó su cabeza y dirigió su electrizante e inquisitiva mirada directa a Ale, que no pudo evitar sonrojarse ante el hecho de que la hubiese sorprendido observándole tan intensamente. Giró la cabeza cubriéndose la cara parcialmente con su larga melena en un intento frustrado de disimular su sonrojo y se dirigió a su asiento con la clara percepción de aquella mirada esmeralda clavada en su espalda.
El profesor mandó sacar unos folios en blanco a toda la clase y pidió que cada uno realizara un escrito, lo más extenso posible durante una hora, sobre algún tema relacionado con la Historia Moderna de España. Sería tema libre.
Ale se entusiasmó al pensar en escribir sobre Felipe II durante la construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ya que era un tema que dominaba sobradamente y sobre el cual podría estar escribiendo durante meses sin parar.
Pero su alegría se fue desvaneciendo, poco a poco, ya que pudo notar, durante toda la hora, la persistente y enigmática mirada de aquel hombre sobre ella poniéndola nerviosa como nadie lo había conseguido nunca. Se recriminó su falta de concentración y la aceleración de los latidos de su corazón ya que ella estaba más que acostumbrada a llamar en sobremanera la atención, debido a su atrayente e inusual físico. Pero este hombre le ponía los nervios de punta y un torrente de sensaciones extrañas y nuevas para ella la invadieron por completo.
Cuando sonó el timbre, todos se levantaron y fueron dejando, según salían, sus escritos sobre la mesa del profesor.
Ale no osó levantar la mirada en todo el recorrido hasta la mesa del “hombre de hielo” y nunca debió haberla levantado al dejar su examen sobre el escritorio de aquel profesor. La verde y fija mirada de él clavada en la suya hizo que Ale dejase de respirar y que un aleteo tembloroso se apoderase de su estómago mientras trataba de tragar con dificultad. Como pudo, soltó los folios y se alejó de allí  haciendo un gran esfuerzo por centrar su atención en la puerta de salida para que las rodillas no le fallaran y cayera allí mismo haciendo el ridículo más grande de toda su vida. Solo cuando hubo cruzado el umbral de la puerta recordó que tenía que atrapar aire para sobrevivir. Aquel hombre era guapísimo y su intensa mirada, tan de cerca, era lo más impactante que Ale se había encontrado en toda su vida.
—¿Qué tal se te ha dado? —preguntó interesada Tere que salía tras ella, asustándola y sin saber casi de qué puñeta le estaba hablando.
—¿El escrito...?, bien… bien… y, ¿a ti? —preguntó intentando ubicarse de nuevo.
—Bueno, le he soltado un rollo importante sobre la Revolución Francesa. He acabado hace horas porque no me ha dado para escribir mucho… pero creo que valdrá para salir del paso. Además, dijo que solo era para evaluar nuestros conocimientos. No contará en la nota, ¿no?
—Y si cuenta… ¡ya sabes lo que tienes qué hacer! —dijo Ale con una pícara mirada en los ojos.
Tere comenzó a reír a carcajadas.
—¡Mira la mosquita muerta! —dijo haciendo un bonito mohín con los labios—. Creía que habíamos quedado en que con este era una batalla perdida… pero te advierto que he visto tu reacción ahí adentro hace tan solo un momento… —dijo divertida mientras se alejaba.
—¡¿De qué demonios estás hablando?!
Pero Tere ya se alejaba por el pasillo para entrar a la siguiente clase. Una optativa que no tenían en común.
Ale cogió aire fuerte y se dirigió hacia la biblioteca ya que disponía, en aquel instante, de una hora libre y quería aprovecharla continuando con su búsqueda.
Llevaba tres cuartos de hora leyendo un libro que había encontrado sobre los monjes jerónimos y el monasterio de El Escorial, cuando una voz profunda y varonil pero tremendamente armónica la sacó de su concentrada lectura.
—¿Es que no sabes ya lo suficiente sobre el tema?
Ale levantó repentinamente la cabeza para encontrarse directamente con aquellos ojos verdes que tanto la perturbaban, clavados en los suyos con verdadera curiosidad.
Tardó más de un minuto en reaccionar y coger aire para poder hablar con su profesor de Historia Moderna.
—¿Es a mí? —preguntó atónita negándose a creer que aquel hombre tan asombrosamente guapo estuviera allí de verdad y hablando con ella.
—No veo a nadie más por aquí cerca —dijo con una sonrisa tan sexy que hizo que Ale comenzase a temblar literalmente.
¡Vale! Aquel “hombre de hielo” acababa de sonreírle y en qué momento… ¿Cómo se atrevía a tener una sonrisa tan perfecta? Prefería al hombre serio… ¿Le estaba hablando a ella? ¡Ay, Dios! Tenía que contestar antes de que pensase que era una perfecta idiota. Pero, ¿qué puñeta le ocurría? Nunca había reaccionado así ante ninguna otra persona… ¡Tenía que contestar! Pero, ¿qué le había preguntado? ¡Ah, sí!
—¿De qué? —dijo con un hilo de voz.
—Veo que estás leyendo sobre El Escorial y tu escrito ha sido verdaderamente emocionante. Había franca pasión en él.
—¿Mi examen? ¿Ya se lo ha leído?
—Sí, he ojeado varios exámenes pero el tuyo lo he leído completo. He de reconocer que hacía mucho tiempo que ninguno de mis alumnos me sorprendía tan gratamente.
Ale enrojeció en el acto. “Le había sorprendido gratamente”. No sabía por qué pero quería sorprender a aquel hombre, gratamente, las veces que hiciera falta.
—Es que es muy interesante para mí… El Escorial, claro —se estaba aturullando.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Bueno —dijo Ale bajando la mirada para poder discernir con más claridad—, es que vivo allí… y todo el entorno que el Monasterio crea… me atrae, eso es todo.
Como no oyera respuesta, levantó los ojos para encontrarse con aquella penetrante y verde mirada clavada en la suya, lo cual hizo que a Ale se le resecase hasta la garganta y que un cosquilleo inesperado se apoderase de su vientre.
Israel la miraba intentando averiguar qué era lo que hacía a aquella chica tan especial. Aparte del tema del físico, cosa más que obvia, ya que en su vida había visto una belleza igual, había algo en ella que llamaba poderosamente su atención y no lograba ver lo que era. Aquello sí que era nuevo en él y constituía un refrescante reto en su existencia, algo que hacía mucho tiempo que no le ocurría y un soplo de aire fresco para su hastiada y aburrida vida.
—Tienes un nombre muy curioso —dijo como al descuido sin dejar de observarla y volviendo a adoptar su habitual seriedad.
Ale consiguió salir de su ensoñación con el último comentario.
—¿Mi nombre? ¡Ah, sí! Supongo que lo ha visto en el examen…
—¿Nadie te pregunta por él?
—Nadie lo conoce realmente —dijo con sinceridad—. Solo mis profesores lo han sabido y tampoco le han dado más importancia. Pero mis amigos me llaman Ale y creo que todo el mundo cree que me llamo Alejandra.
—Pues no deberías ocultarlo —dijo agachándose y quedándose a su altura para susurrar cerca de ella—. Alecto me parece un nombre precioso.
Ale tembló de puro placer al escuchar su nombre completo pronunciado en aquella voz ronca y profunda, tan cerca de su cara, mientras era consciente de que su corazón latía a un ritmo frenético.
—Gracias —atinó a decir mientras sus ojos devoraban cada centímetro del rostro de aquel apuesto hombre que tan cerca se encontraba de ella.
Era el rostro más armónico que jamás hubiese visto (más que el suyo propio, y eso ya era decir mucho) pero destilaba una masculinidad brutal por cada poro. Sus iris, ahora tan próximos a los suyos, eran de un verde tan intenso que realmente parecían dos esmeraldas incrustadas en aquellas grandes y rasgadas cuencas, rodeados por espesas pestañas y gruesas cejas negras. Algo francamente curioso ya que su cabello era rubio oscuro pero salpicado con unos reflejos naturales más claros que, junto con aquella espesa y revuelta media melena de pelo ondulado, le confería un aspecto leonado y… dorado. Aquel hombre parecía llevar sobre sí un halo de luz que lo hacía brillar más si cabe. Algunos de sus rebeldes mechones rubios caían por su frente y los laterales de su rostro dándole un aspecto desenfadado, enmarcando una nariz recta y aquellos, ¡oh, Dios!, gruesos y aterciopelados labios, que ahora lucían una devastadora y sensual sonrisa. Ale sintió que se derretía sin saber muy bien cómo.
—Por cierto —dijo volviendo a incorporarse mostrando su alto y atlético porte—, me llamo Israel Domínguez y creo… que será un verdadero placer contarte este año entre mis alumnos… Alecto —dijo acariciando su nombre y girándose sobre sus talones, para desaparecer con andar felino de la biblioteca con el mismo sigilo con el que había aparecido.


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Un beso enorme para todos!!!


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